La verdad

WINSTON CHURCHILL fue un hombre valiente y un escritor brillante. Acumuló, en cambio, tremendos errores políticos. El mayor, la reincorporación de la libra esterlina al patrón-oro, en 1925, hundió la economía británica y contribuyó decisivamente a una crisis económica mundial. Se equivocó muchas otras veces. Pero el mundo le recuerda como un gran estadista. ¿Por qué? Simplificando, porque decía la verdad. O, al menos, decía lo que pensaba.

Podría parecer curioso que la mejor acción de su vida (y quizá el instante supremo de un imperio británico moribundo) consistiera en prometer sangre, sudor y lágrimas. Eso fue, sin embargo, lo que mantuvo en pie y orgulloso a un país asediado y bombardeado por un enemigo brutal. La verdad les hizo fuertes.

España no sufre hoy bombardeos y está rodeada de aliados. Lo único que tiene en común con el Reino Unido de 1940 es el hecho de enfrentarse a una situación dificilísima. La devastadora crisis económica, sumada al deterioro institucional y las tensiones separatistas, constituye una de esas situaciones cruciales que marcan a una sociedad durante décadas. Y, por desgracia, la verdad está ausente.

Desde el principio resultó bastante obvio que la reforma laboral tenía dos objetivos básicos: contribuir a la reducción de salarios para ganar competitividad exterior y ayudar a las grandes empresas a reducir sus plantillas de forma barata. No se trataba de frenar la destrucción de empleo, sino de realizar la devaluación interna exigida por los acreedores. El propio Banco de España admite ahora, con todas las cautelas necesarias, que la reforma ha servido para agudizar la precariedad y «moderar» los sueldos. La «moderación» debe ser un milagro estadístico, porque salvo si uno mira muy hacia arriba, lo que ve alrededor son bajadas.

La ministra Fátima Báñez mintió y sigue mintiendo, como el Gobierno en pleno. Fue grave que el PP prometiera en campaña electoral que mantendría el poder adquisitivo de las pensiones, que no subiría los impuestos y que crearía empleo. Fue gravísimo que no cumpliera sus promesas. Es imperdonable que, una vez obtenida la mayoría absoluta, no tratara a los ciudadanos como adultos. Si Báñez (con Rajoy) hubiera dicho que su objetivo era el de reducir los salarios, porque hacía falta sufrimiento para salir del hoyo, podríamos sentirnos adultos, ella y nosotros. Como aseguró que crearía empleo, ha fracasado. Y también nosotros.